Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de julio de 2009

Crónica: Michael Jackson en Zaragoza

Mmm, el tema por estos días es Michael Jackson. Buscando información en la red, en los archivos de El País, encontré ésta crónica sobre su llegada a Zaragoza en 1996. El lead no es muy llamativo; pero el último párrafo se presta muy bien a un ejemplo de remate, pues hace énfasis en algo muy singular (la canción de la Macarena). Noten también cómo se maneja la interpretación, que es lo más difícil de hacer, especialmente, en este subgénero.

Michael Jackson alborota Zaragoza

J. TORRONTEGUI, - Zaragoza


EL PAÍS - Última - 24-09-1996


La "Divinidad en movimiento", como reza una de las pancartas que le recibió en el aeropuerto de Zaragoza y pende de una valla junto a su hotel, está desde las 16.48 en tierra española, en suelo aragonés, para participar esta noche en el único recital que dará en territorio de la UE durante su actual gira mundial. La dos veces milenaria ciudad de Zaragoza está acostumbrada a ver pasear por sus calles a personajes de re nombre, pero ayer volvió a conmocionarse cuando el ídolo de los adolescentes pisó la alfombra roja desplegada en la parte civil de lo que fue uno de los reductos yanquis en España. Precisamente varios pilotos norteamericanos no quisieron perderse la llegada del Party One, nombre con el que está bautizado el Boeing 707 del cantante. En el fuselaje, también figuran las palabras Kingdom Entertainement (reino de la diversión).


Medio millar de adolescentes se agolparon junto a las verjas. Más privilegiadas fueron las autoridades locales, que sí estrecharon el guante blanco de Jackson. Guiados en todo momento por Pino Sagliocco, el productor del concierto, un teniente de alcalde, dos concejales, varios responsables de área y hasta la secretaria de la alcaldesa Luisa Fernanda Rudi aguantaron estoicos los vaivenes del horario de llegada. Entre los más satisfechos, Juan Bolea, concejal de Cultura de Zaragoza, artífice de la hazaña de que Jackson cante y baile hoy en el estadio de la Romareda. Eso sí, la hazaña ha costado 200 millones, aunque se pagarán a plazos. Contra lo que parece rutina en Michael Jackson, que no se distingue precisamente por su cordialidad, esta vez saludó en varias ocasiones a sus admiradores y hasta envió besos a la veintena de periodistas del lugar. Siempre bajo una sombrilla blanca, el cantante paseó sin máscara y ordenó abrir las verjas para saludar de más cerca a sus admiradores.


Las mayores muestras de cariño las dedicó al quinteto de niños que le entregaron dos ramos de orquídeas y lirios al pie de la escalerilla. Los privilegiados Marta y Rocío Bernad portaron los ramos, junto a la hija de un matrimonio de periodistas locales, la de un director general de la Administración regional y un adolescente familiar de Santiago Lanzuela, presidente de Gobierno aragonés.


Besos recibieron también algunas de las niñas que pudieron situarse dentro del perímetro policial instalado junto al hotel Boston, cuartel general del cantante y su grupo. Un padre paralítico acudió junto a su niña, que tuvo el privilegio de ser besada por Jackson en plena explosión de fervor de las más de dos mil personas que se agolparon en el lugar. Otra pequeña que tropezó contra la puerta giratoria del establecimiento consiguió como compensación subir en el mismo ascensor que el cantante hasta la segunda planta, donde está la suite elegida. Las expresiones de afecto no supusieron, sin embargo, problemas de orden público. Algunas muestras de alegría por haber visto de cerca al ídolo llegaron a la histeria y las lloreras, pero nada más.


Cerca del hotel, un reducido grupito de incondicionales estaba apostado desde el sábado para ver de cerca al cantante, recibido ayer al grito de "¡Michael!, ¡Michael!" cuando vieron llegar la caravana escoltada por numerosos agentes policiales. Varios Mercedes, dos de ellos blindados y otros dos matriculados en Inglaterra; dos coches más descapotables; un Jaguar y un Rolls-Royce compusieron la comitiva que recibió tratamiento poco menos que de jefe de Estado. De hecho, la Guardia Urbana cortó las vías transversales a su itinerario y se eliminaron los semáforos, mientras miles de personas apostadas en las calles saludaban a Jackson y su corte. Fotos de primeros planos -milagros de la tecnología protectora- no salieron.


Ya en el hotel, Michael se colgó –literalmente- de uno de los ocho ventanales de su habitación y se sentó en el exterior para saludar a las y los admiradores que, aguardaban en la calle. Más besos a distancia.


La caravana volvió a formarse a media tarde para que el cantante visitara un centro comercial. Compró un compacto, una cadena musical y una grabadora, todo ello por unas 30.000 pesetas. ¿A que no se imaginan cuál era el disco? Sí, era... ¡Macarena! ¿También tú, Michael?

lunes, 5 de mayo de 2008

Ejemplos de crónica


Coincido con Álex Grijelmo en que la crónica es probablemente el subgénero más difícil de dominar porque mezcla elementos noticiosos y de análisis, pero sin juicios de valor. De hecho, en algunos libros, la crónica periodística está incluida en el género informativo y en otros en el interpretativo.

En cuanto a la forma de escribirla, es sabido que el hecho ha de contarse en el transcurrir del tiempo, nos otorga cierta libertad de estilo e, incluso, podemos relatarla en primera persona. En cuanto a la entradilla, ésta debe ser creativa, al estilo de los reportajes, y contiene un titular más noticioso, aunque no es una norma infranqueable.

I

Este primer ejemplo utiliza una entrada creativa basada en la descripción y el contraste que invita a continuar la lectura: "la ciudad ya duerme, pero la sala de emergencias está despierta", y en el cuerpo se puede apreciar la narración secuencial (el autor incluso recuerda la hora) y la descripción, aunque sin elementos interpretativos, como veremos más adelante. Su autor es Álex Ayala, quien tomó cursos de periodismo narrativo con Francisco Goldman y de crónica con Alma Guillermoprieto en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

Emergencias, una noche de guardia en el Hospital Clínicas

Autor: Álex Ayala Ugarte

Rastros y rostros arman cada día la historia particular de la sala de emergencias, un lugar donde se dan cita la vida y la muerte, en el que la distancia entre una y otra puede ser sólo cuestión de minutos.


Lunes. Diez de la noche. Las paredes amarillas y verdes del Hospital de Clínicas reflejan el trasiego de varios pares de batas blancas. Un grifo que gotea marca con un compás casi fúnebre los silencios. Una ambulancia de la Red 118 de la Alcaldía espera en el parqueo para salir ante cualquier urgencia. Las máquinas de escribir bailan al son del mar de dedos que se les viene encima. La ciudad ya duerme, pero la sala de emergencias está despierta.

Cada noche, todo un mundo abre sus puertas ante la mirada acostumbrada de los doctores. Óscar Romero, jefe de la unidad de emergencias, está de turno. Sus ojos rojos revelan falta de sueño. Una mueca de incredulidad cubre su rostro. El ir y venir de historias es constante. Y él despacha órdenes con la misma seguridad con la que un matarife cercena a su presa. Con todo, este rincón del hospital muestra siempre su propia inercia.

Tres médicos dirigen al equipo cada día: "un cirujano, un internista y un traumatólogo", explica Romero. El grupo lo completan los médicos residentes, un neurocirujano, que igual hace guardia aunque desde su casa, y los internos. Estos últimos trabajan hasta 17 días seguidos y se deslizan por la sala, repleta, como si fueran "zombies".

Instantes de una noche

Los cubículos donde se atiende a los pacientes, cinco, son como pequeños escenarios donde se condensan los instantes que dan vida a la unidad del hospital, en continuo movimiento. Por momentos, ninguno está vacío. En el primero, un borrachito duerme plácidamente con la ayuda de un suero que le ha devuelto el color a sus mejillas. El segundo y el tercero, aún sin gente, presentan cortinas descubiertas. En el cuarto, un señor de la provincia Muñecas, con traumatismos, aguarda sumiso en una camilla a que le coloquen la muñeca en su sitio. Y en el último espera un joven con la cara inflamada. Se durmió con varias copas de más y fue atacado por guardias privados en la zona de la Buenos Aires.

El primero en desfilar hacia la calle es el muchacho. No tiene dinero y promete volver al día siguiente. "La mayor parte no regresa", lamenta el doctor Romero. Ese es el particular infierno de la sala de emergencias, pues los médicos se sienten impotentes cuando los pacientes no tienen con qué cancelar los gastos y sólo pueden autorizar pagos diferidos en los casos más graves, los que se debaten entre la vida y la muerte.

Pese a todo, los insumos no son caros. "Un suero cuesta entre 10 y 12 bolivianos. Una placa de tórax, 53", comenta Gloria Gonzales, más conocida como la "trica tranca". "Cada vez que estoy de turno —explica— llegan tres casos de intoxicación, tres de apuñalamiento, tres traumatismos... y así sucesivamente. Atraigo ambulancias (ríe)".

Dicho y hecho. A las 23.20 se asoma por la puerta el segundo apuñalado de la noche. Es una mujer y los doctores le rodean de inmediato. Tiene en el vientre, adolorido, sangre todavía fresca, y luego de un examen de unos minutos la derivan a otro hospital, pues dispone de un seguro que le cubre en otro centro. "De todos estos casos, así como de los intentos de suicidio, emitimos el parte correspondiente para las fuerzas del orden", dice la doctora Gonzales.

Tras el rojo sonido de la ambulancia, otra vez de salida, viene la calma, pero apenas dura un cuarto de hora, tiempo suficiente para poner al día expedientes en los que vidas anónimas quedan labradas a través de cifras, letras y signos.

La eterna espera

Afuera, el frío vela armas. Familiares de los accidentados, a veces semidescalzos, mujeres de pollera con el bebé cargado en las espaldas y niños con la piel curtida por el duro sol del altiplano, caliente y frío, tratan de descansar en un par de largos bancos verdes. Sobre sus cabezas, un buzón de sugerencias se alza vacío. A su vera, en la sala de espera, un trasnochado policía trata de dar una pequeña cabezadita. La desvelada acaba de comenzar. Y las frazadas son el único consuelo para personas cuyas esperanzas, a menudo, se congelan.

Dentro de la sala de emergencias, mientras, el ronroneo de la máquina de escribir es el marcapasos que mantiene despiertos a los internos. "Yo como únicamente cuando me acuerdo", reconoce una de ellas, que se ve arrastrada por las rutinas del centro". Cuando no hay nada que hacer, un taza de café ayuda a retrasar el sueño. Una televisión está encendida, aunque parece que nadie le presta mucha atención. Y varios cuartos con camas aguardan el descanso, por turno, de los médicos. Los enfermos más graves, entre tanto, duermen en salas a parte, siempre vigilados.

Son las 00.10. Óscar Romero observa sin mucha atención una película en uno de los canales locales y una bocanada de aire gélido anuncia la llegada de una nueva urgencia. Se trata de un clefero que todavía está "volando". Sus rodillas lucen magulladas. Pese a su apariencia de adolescente, confiesa que tiene 21 años. Y da su alias antes que su nombre, Marcos. Ha sido levemente atropellado en la plaza Abaroa y un par de buenos samaritanos lo han recogido, lo han traído y han pagado sus radiografías. Sin embargo, Marcos se niega a ser atendido. Primero conversa con policías. Luego, con los doctores. Y termina saliendo del hospital apenas sosteniéndose. "Va a volver", dice Óscar Romero, pero lo cierto es que se pierde en la gran maraña negra de las calles.

Un trasiego constante

Tras su escapada, el vaivén de gente no termina. En el primer cubículo el borrachito retoza unos segundos y sigue durmiendo. En el tres acaban de internar a una mujer con el brazo cortado a causa de una farra. Le acompaña toda una comitiva de jóvenes, a quienes el efecto del alcohol pareciera que les ha pasado de repente. En el dos, un quejido sordo ahoga el resto de las conversaciones y lamentos. Es una mujer de las laderas que vino con un mal en la vesícula, y se marcha porque no le alcanza para las pruebas. En el cuarto, yace una mujer a la que un muro de adobe se le cayó encima en el altiplano. Y en el quinto, un muchacho escuálido, con tos tosca y cerrada, estira su cuerpo en una camilla con síntomas de padecer una bronquitis.

Cada uno llega al Hospital de Clínicas como puede. Unos lo hacen en ambulancia. Otros, en taxi. Y también hay los que aterrizan en minibús. Y en sólo instantes puede producirse el milagro de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte. "Todo depende de las condiciones en las que uno se encuentre. A veces, son apenas unos minutos los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte", reconoce Romero. "Los días que mayor número de pacientes recibimos —continúa— son los viernes, los sábados y los domingos".

Cuando el reloj marca la una de la mañana, un señor de traje y corbata abandona el hospital. Le sigue el que parece su asistente, enfundado en unos guantes negros y en un traje de buena percha. "Antes, el centro se caracterizaba por ser el hospital de la gente pobre, pero ahora, con la crisis, vienen personas de toda condición".

Ni por ser lunes hay tregua. Pasadas las dos de la mañana, un grupo de cuatro policías, todos de negro, ingresa a la sala de emergencias. "Vinieron por lo del caso de apuñalamiento —informa Gonzales—, pero a falta de la paciente lo que están haciendo es tomar los datos de dos intoxicados, pues se trata de claros intentos de suicidio".

Tras la inesperada visita, el silencio se adueña casi completamente de la sala. Son casi las 4.00. La mayor parte de los médicos duerme. El borrachito, indigente, despierta de su letargo, pide permiso, se acomoda en una camilla en el suelo, se cubre con una frazada y dormita.

Su rostro es parte de los 72 latidos, de las 72 vidas, que cada día como media se encomiendan a los doctores en el Hospital de Clínicas, a unos médicos cuyas caras también cambian cada jornada.

Fuente: http://alexayala.blogspot.com/2007/04/emergencias-una-noche-de-guardia-en-el.html

II

La crónica, por su dificultad en el momento de interpretar, generalmente está encomendada a los peritos de los diarios. En este ejemplo incluimos este elemento, y podrán comprobarlo por ejemplo cuando Martín Piqué, su autor, menciona: "en eso pensaban algunos periodistas", cuando vieron el avión Ilyushin que trajo a Fidel Castro a Argentina en julio de 2006, y otros más que incluye en el texto. Asimismo, para hacer de la lectura de una unidad en sí, Piqué combina la narración con el contexto.

Según el periodista Guímer Zambrana, Pagina 12 es uno de los medios que mejor trata la información política, por eso incluimos una crónica de este medio.
EL PRESIDENTE DE CUBA ATERRIZÓ LUEGO DE LAS PRIMERAS REUNIONES DE LA CUMBRE DEL MERCOSUR


Fidel llegó y ahora empieza la pachanga


Las expectativas se convirtieron en realidad pasadas las 20, cuando aterrizó el inmenso avión que trajo a la Argentina al líder cubano para participar de la Cumbre del Mercosur. Hoy será el encuentro con el resto de los mandatarios para ponerle el moño al acuerdo económico de apoyo a la isla caribeña.

Por Martín Piqué
Desde Córdoba

El suspenso duró hasta las 20.21 cuando dos aviones blancos con insignias rojas y blancas aterrizaron con un intervalo de menos de un minuto. Primero aterrizó un Boeing igualito al de la mayoría de los presidentes, y apenas después, como si quisiera incrementar la expectativa, el enorme Ilyushin CU-TI1280 que Cuba le compró a Rusia a principios de este año para uso exclusivo de Fidel Castro. El Ilyushin es un avión muy largo, con las turbinas en la cola y no debajo de las alas. Visto de cerca impresiona. En eso pensaban algunos periodistas cuando el aparato se detuvo frente a las gradas que se habían colocado para los fotógrafos, periodistas y camarógrafos. Se abrieron las dos puertas y por la de atrás comenzó a bajar la delegación cubana, entre ellos muchos periodistas. Pero todos estaban atentos a la puerta de adelante. Y enseguida se escucharon los "¡Allí está!" y los "Ahí lo veo". Era el presidente de Cuba, vestido con su clásico uniforme de fajina verde. Ayudado por un colaborador que lo seguía a su derecha, bajó la escalera y pisó por segunda vez suelo argentino desde que Néstor Kirchner es presidente.

Enseguida lo tapó la gente que se arremolinó para saludarlo. Eran funcionarios del Gobierno, jefes militares de Córdoba, custodios y policías. Entre ellos estaba el intendente de la capital cordobesa, Luis Juez, quizá el mejor ejemplo del repentista humor cordobés. "Mientras todo el mundo está poniéndose la camisa para la cena (con los presidentes en el Palacio Ferreyra, donde anoche se celebró la comida de honor a los jefes de Estado), yo prefiero estar acá, para ver si le puedo lavar las barbas a Fidel", había dicho Juez poco antes de que llegara el mandatario cubano. "De regalo le voy a dar un casete con cuentos de De la Sota. Es lo más autóctono que tenemos", dijo a Página/12, en otra muestra de que nunca se olvida de su eterno rival. El gobernador no recibió a ninguno de los presidentes extranjeros, esa tarea recayó en su vice, Juan Schiaretti. Cuando pudo sortear el remolino que se moría por saludarlo y sacarse una foto con su camarita digital, Fidel encaró para el auto gris que le habían destinado.

No era un Mercedes Benz negro, como los vehículos que se habían alquilado para los demás presidentes. En el corralito de los periodistas especulaban sobre el auto blindado. "¡Fidel! ¡Fidel!", comenzaron a gritar cronistas y camarógrafos. Querían que se acercara para hablar con la prensa, como habían hecho el uruguayo Tabaré Vázquez y el venezolano Hugo Chávez (en cambio, Kirchner, Michelle Bachelet y Lula sólo habían hecho un saludo con la mano para las cámaras). Un micrófono colocado sobre la pista de aterrizaje, unos cuantos metros delante de los periodistas, esperaba por si el cubano decidía finalmente hablar. Pero los gritos fueron vanos. Entre los focos que cruzaban la pista y los flashes de los fotógrafos, Fidel se llevó la mano a la frente para ver mejor. Entre tanto traje negro resaltaba su barba emblanquecida y el verde del uniforme militar. Luego desapareció dentro del coche gris y su rostro apareció por la ventanilla trasera de la derecha.

La caravana de autos se esfumó rápidamente; su trayecto podía adivinarse por el sonido de las sirenas. El sonido se repitió a lo largo de la avenida Cabrera, el camino que va del aeropuerto a la capital de Córdoba, hasta que el convoy llegó al Hotel Holiday Inn. Allí se alojan casi todas las comitivas, entre ellas la argentina: los cubanos reservaron 26 habitaciones del segundo piso. Cuando Fidel entró, Kirchner se había retirado apenas unos minutos antes hacia el Palacio Ferreyra, donde se realizaría la cena de honor. Pero el cubano se encontró con otro recibimiento, nada protocolar y ávido de declaraciones. En la puerta y el lobby habían muchos periodistas, entre ellos un cronista de TN y un movilero de "CQC". El primero le preguntó por la familia Quiñones, por Roberto Quiñones, el hijo de la neurocirujana Hilda Molina, un cubano que vive en Buenos Aires y está casado con la argentina Verónica Scarpatti. El Gobierno intentó mediar ante la isla para que Molina, una ex dirigente del Partido Comunista de Cuba, pudiera viajar a Buenos Aires para ver a su hijo. Esa gestión quedó salpicada por un episodio extraño, que nunca se aclaró del todo, en el que Molina y su anciana madre ingresaron a la embajada argentina en La Habana en plena madrugada. Aquel incidente complicó las relaciones con el gobierno cubano. Y archivó sin fecha la promesa repetida de un viaje de Kirchner a la isla. Los antecedentes convertían al tema en un asunto sensible para los cubanos. Eso explica la actitud de Fidel, que cuando escuchó la pregunta prefirió no responder. Distinta fue su reacción cuando lo abordó "CQC". Afortunado, el movilero obtuvo las primeras declaraciones del líder cubano en su segunda visita a la Argentina durante la presidencia de Kirchner. La primera había sido el 25 de mayo de 2003, con motivo de la asunción presidencial del santacruceño. Aquella vez el flamante presidente colaboró para que Fidel diera un discurso en la Facultad de Derecho ante unas 20 mil personas. La relación personal, más allá de las obvias diferencias políticas, sigue siendo muy buena. Tanto, que motiva todo tipo de versiones sobre los próximos días: ayer se comentó entre los periodistas que Kirchner podía invitar a Fidel, Chávez y Evo a pasar el sábado en El Calafate. "No hay nada, no es así", aseguró a Página/12 el vocero presidencial, Miguel Núñez. "La agenda no está cerrada", había dicho poco antes el vocero del canciller, Jorge Taiana. Nunca se sabe.

Como se esperaba, la llegada de Fidel opacó todo el resto de la cumbre. Incluso la llegada de su mejor discípulo (reconocido por él mismo), el propio Chávez, quien se le anticipó dos horas y llegó a Córdoba a las 18. Expansivo y sociable como siempre, el venezolano no tuvo problemas en hablar con los periodistas. "Aquí en 1969 se generó un hecho histórico (por el Cordobazo), donde se rebelaron estudiantes y obreros. Ahora estamos viviendo un nuevo Cordobazo, con este relanzamiento del Mercosur. Es muy importante que venga Fidel, porque Cuba y Venezuela somos Caribe", dijo desde el micrófono. A pocos metros lo escuchaban unos setenta periodistas. Para poder hablarles desde más cerca, Chávez no tuvo problema en abrazar a dos efectivos de la Policía de Seguridad Aeronáutica (PSA), que sonrieron como si no pudieran creerlo. Pero la llegada de Fidel a esta cumbre del Mercosur no sólo generó sonrisas. También hubo cortocircuitos y discusiones bastante duras, especialmente con la delegación paraguaya. El contrapunto surgió cuando se estaba discutiendo el texto para la complementación económica del Mercosur con la isla (a partir de ahora se generalizan a todo el bloque los acuerdos bilaterales entre los países miembros y La Habana). "Paraguay está muy enojado con nosotros, pero especialmente con Brasil. Creen que fueron ellos los que nos convencieron de que no había que condonar la deuda por Yaciretá", explicó a Página/12 un funcionario muy cercano a Kirchner. Las famosas asimetrías, y detrás de ellas los diferentes alineamientos internacionales (Asunción tiene varios tratados directos con Washington), seguían presentes en medio del terremoto que generó la llegada de Fidel.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-70281-2006-07-21.html


III

Ésta crónica la recomendó Remberto Cárdenas, docente de Redacción Periodística de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y otrora periodista del semanario Aquí, que dirigía el padre Luis Espinal. La característica de este ejemplo es que está escrito en primera persona e incluye también elementos subjetivos, a diferencia del primer ejemplo.

Fidel y Raúl

Jorge Edwards*
En el episodio de la visita de los marinos, según mi balance final, Raúl había sido prudente, además de ausente cuando convenía, y Fidel había sido teatral, excesivo, palabrero, improvisador.

A mediados de febrero de 1971, cuando llevaba casi tres meses en Cuba como representante diplomático de Chile, me tocó entrar en contacto con Raúl Castro para organizar la visita del buque escuela Esmeralda a La Habana. Era la primera visita oficial de un barco de la escuadra chilena, después de largos años de ruptura de relaciones, y el Gobierno revolucionario le daba gran importancia al asunto. Había que evitar a toda costa que los trescientos o cuatrocientos jóvenes oficiales y grumetes en viaje de instrucción transmitieran una imagen negativa de la Revolución Cubana a su regreso a Valparaíso. El presidente Allende en persona había acudido a despedir el barco y se había comunicado por teléfono con Fidel Castro para recomendarle la máxima atención al tema. Y Fidel y Raúl estaban pendientes, con las pilas puestas, como decimos nosotros, dispuestos a emplear todos sus poderes de seducción, que en aquellos años no eran pocos, frente a los chilenos.

Yo había conversado largamente con Fidel en la primera noche de mi llegada a La Habana y había podido sacar conclusiones diversas acerca del personaje. A uno lo citaban en un lugar y a una hora determinada y el encuentro terminaba por producirse en otro y varias horas más tarde. Los ayudantes, los funcionarios, la gente de protocolo, le decían a uno al oído que todo esto obedecía a normas de seguridad, pero también se podía concluir que era una cuestión de temperamento, de gusto, de afición a lo repentino y a lo secreto.

Después, durante la reunión misma, nunca faltaba algún elemento de sorpresa, un golpe de teatro. Yo, recién llegado a mi hotel al final de un largo viaje, cerca de la medianoche, seguía un discurso del Comandante por la televisión cuando el director de Protocolo me llamó para llevarme a cenar en la ciudad. Era una hora extravagante y había viajado desde Lima con escala en México, pero no quise poner dificultades. Cruzamos La Habana a una velocidad vertiginosa, en el escarabajo VW del director, y en vez de llegar a un restaurante me hicieron entrar a las bambalinas de un gran teatro. Al otro lado de las pesadas cortinas de terciopelo granate se escuchaba la misma voz que había escuchado en el televisor de mi hotel. Terminó el discurso, hubo nutridos aplausos y el Comandante en Jefe apareció detrás de las cortinas. Si hubiera sabido que había llegado, me dijo, habría roto el protocolo y lo habría llevado a la tribuna. Habló con otras personas, entre ellas con el político chileno Baltazar Castro, y desapareció seguido de su séquito por una portezuela que daba a la calle.

"Ahora te voy a llevar a una entrevista en el diario Granma", me dijo entonces Meléndez, el de Protocolo. ¿No es un poco tarde para entrevistas?, tuve la ingenuidad de preguntar, mirando mi reloj. Pero la hora, en las revoluciones, tenía otro sentido. Y un rato más tarde me encontraba sentado en la dirección del Granma, frente a un grupo de periodistas que sonreía y me hacía preguntas vagas sobre mi viaje. Hasta que se abrió una puerta lateral, entró Fidel Castro y se sentó en una silla que estaba al lado de la mía. De las bambalinas del teatro anterior pasábamos a un escenario más privilegiado y exclusivo.

En medio de la conversación, Fidel de repente dio un salto. ¿Cómo era posible que no hubiera vino chileno en la mesa? Se abrieron otras puertas, como si el guión estuviera bien estudiado, y entraron botellas de un vinillo que producía Baltazar Castro, el político que acababa de conversar con Fidel. La conversación, a todo esto, ya había adquirido otro tono. Dije que podía encargarme de que se exportaran vinos chilenos de mejor calidad a la isla y Fidel replicó: "Tú eres encargado de negocios, pero de negocios no sabes nada, porque eres escritor´. Me reí bastante, ya que Baltazar Castro, don Balta, también era escritor, novelista prolífico, aunque, en honor a la verdad, más bien mediocre en su manejo de la escritura. ´¡Estos escritores chilenos son unos diablos!´, exclamó entonces Fidel, de humor excelente, y la conversación se prolongó hasta altas horas de la madrugada.

Llegué a una entrevista de trabajo con Raúl Castro, en vísperas del arribo del buque escuela, y empecé a comprobar que el ministro de las Fuerzas Armadas era el exacto reverso, casi la antípoda, de su famoso hermano. Tuve la impresión, incluso, de que manipulaba el contraste en forma deliberada. Ser hermano del Líder Máximo no debía de ser fácil, y el juego de las oposiciones probablemente ayudaba a mantener el tipo. Sonó la hora precisa de la cita y la puerta del despacho ministerial se abrió. Raúl, mucho más bajo que Fidel, más pálido, lampiño, en contraste con la barba guerrillera, frondosa y famosa, del otro, era un hombre amable,que hasta podía resultar simpático, pero de una cordialidad evidentemente fría. Estaba sentado detrás de una mesa de escritorio pulcra, impecablemente ordenada, y supe que ahí no cabía esperar sorpresas ni golpes de efecto de ninguna especie. Sus servicios, entretanto, lo habían previsto todo: la entrada del barco al muelle, el transporte por tierra de la tripulación, el programa oficial hasta en sus menores detalles. Habría que asistir a tales y cuales ceremonias y pronunciar tales y cuales discursos de tantos minutos de duración cada uno. El personal a cargo tendría las respectivas ofrendas florales preparadas. Y el ministro procedió a entregarme carpetas cuidadosamente preparadas con el programa, mapas de acceso, credenciales, contraseñas. Convenía, dijo, antes de la despedida, que se produjo al cabo de media hora justa de reunión, que visitara los recintos de la Marina de Cuba, donde los radares registraban minuto a minuto la navegación del barco nuestro. Lo hice, desde luego, y debido, quizá, a mi total ignorancia, me quedé asombrado por el control perfecto de la situación del buque en los mares caribeños.

Los marinos chilenos visitaron instalaciones militares guiados por Raúl Castro y debo decir que hicieron comentarios sorprendidos y hasta elogiosos de la eficacia defensiva de lo que habían visto. En esta etapa, la voz cantante en el proceso de seducción de los oficiales de la Esmeralda, la sirena de turno, era Raúl, no su hermano Fidel. Pero hubo más tarde un detalle revelador. Ernesto Jobet, el comandante de nuestro barco, ofreció una recepción a todo el Gobierno y el cuerpo diplomático. Ahí hubo roces y tropiezos de toda clase y a cada rato. Protocolo me pedía permiso para hacer una completa inspección del buque por motivos de seguridad. El comandante Jobet contestaba que por ningún motivo: él, en su calidad de anfitrión, respondía por la seguridad de sus invitados. Y jamás, por razones de principio, admitiría el ingreso a su barco de gente armada. El día de la recepción, Fidel Castro apareció en el muelle de repente y subió en compañía de una escolta provista de grueso armamento. Fue un momento de tensión extraordinaria. Media hora más tarde ingresó con toda su escolta a la sala privada del comandante chileno. Se produjo ahí una situación notable: el comandante Jobet, con un gesto, le pidió a Castro que expulsara a los intrusos, y éste, con un dedo, les ordenó retirarse. La reunión no podía partir en un ambiente peor. Pero Fidel, al poco rato, tuvo una idea brillante: invitó a Ernesto Jobet a jugar una partida de golf a la mañana siguiente y todos los tropiezos del día quedaron aparentemente superados.

Me imagino que Raúl Castro, con buen olfato, previó estos problemas de antemano. De todos los personajes importantes invitados a la fiesta del buque escuela, fue el único que no asistió. A pesar de haber sido el organizador de la gira. No quería provocar conflictos y prefirió, una vez más, asumir un perfil bajo. No le gustaba, sin duda, estar en el mismo barco en compañía del hermano mayor, sobre todo cuando el otro acaparaba todas las cámaras.

En buenas cuentas, la actitud de Raúl fue prudente y astuta, además de organizada. Fidel y su escolta, en cambio, metieron la pata a cada rato. Pero Fidel, con su chispa, con su sorprendente invitación a un deporte británico y tradicional, ganó la partida. Al menos en el primer momento. Dos días después, cuando el buque se preparaba para zarpar, Ernesto Jobet impartía terminantes instrucciones a sus subordinados para que escribieran cartas, todas las cartas que pudieran, a sus familiares y amigos. Era una operación discreta y eficaz de contrapropaganda. Algunos grumetes habían sido invitados en la calle a la casa de un médico cubano y habían comprobado con extrañeza que no estaba en condiciones de ofrecerles una modesta cerveza o una taza de café. ¡Cuéntenlo todo!, exclamaba Jobet, con una sonrisa socarrona.

Alrededor de tres años más tarde, se supo que la Marina había sido la primera en iniciar, con veinticuatro horas de anticipación, las operaciones que condujeron al golpe de Estado contra Allende. Pensé en los tripulantes de la Esmeralda y en la posibilidad de que alguno, más de alguno, estuviera implicado en ese proceso. Era una historia terrible: un reflejo lateral, menor, pero no por eso menos dramático, de un gran conflicto político del siglo XX. En el episodio de la visita de los marinos, según mi balance final, Raúl había sido prudente, además de ausente cuando convenía, y Fidel había sido teatral, excesivo, palabrero, improvisador. Ninguno de los dos, en cualquier caso, habría podido evitar nada, y temo que sus amigos chilenos tampoco.

*Jorge Edwards
es escritor chileno.
De El País de Madrid
para La Razón.
Fuente: http://www.la-razon.com/versiones/20060815_005634/nota_246_320270.htm